Estaría en la semana nueve o diez como mucho. Salvo los más
íntimos, nadie más sabía que estaba embarazada. ¡Embarazada! Creo que en ese
entonces ni siquiera lo decía en voz alta. Era como mucho, muy real....En fin
estaba en el trabajo y ya me iba.
En esa época mi vejiga se llenaba demasiado y me apretaba la
panza más que nunca. Aunque en realidad ¡no sabía que era lo que significaba
que una panza te apretara la vejiga! Pero bueno, por las hormonas me hacía pis
a cada rato, entonces como desde el trabajo a casa había mucha distancia,
siempre (desde antes del embarazo y más aún después) pasaba por el baño antes
de salir del trabajo para que no me sorprendiese en el camino.
Una vez que salí del baño, comencé a bajar por las escaleras
uno a uno los pisos. Eran unos trece. Y se preguntarán ¿Por qué no usaba el ascensor? Bueno, en ese piso donde yo trabajaba, esperar el
ascensor era casi imposible. Uno podía esperarlo allí por horas y siempre, pero
siempre estaba lleno. Entonces, comencé a bajar a pie. Era joven y estaba en buen estado jaja.
Llegué al piso doce y todo estaba bien. Seguí bajando
entusiastamente. El piso once, todo bien. Lo mismo en el diez. Pero cuando
llegué al piso nueve sentí un pequeño dolor en la panza como cuando una está
por menstruar y algo tibio, como si me hubiera hecho pis. Me petrifiqué porque
tan solo cinco minutos antes había estado en el baño y mi vejiga estaba
absolutamente vacía.
Cómo estaría mi cerebro de perturbado que en lugar de volver
al baño seguí bajando despacito, lentamente, escalón por escalón, hasta la
planta baja y preocupada, triste, apesadumbrada emprendí el retorno a casa. Estaba
convencida de que acababa de perder a mi hijito en esa bajada de escalera. Era
claro: no podía tener tanta suerte. Porque la realidad era que cuando intenté
embarazarme, casi instantáneamente lo logré, mi embarazo por más corto que
fuese iba bien, sin síntomas molestos, sin náuseas matutinas ni vómitos molestos y mi primer eco
estaba perfecta. Era demasiada suerte para alguien como yo. Entonces, ¿para qué
corroborar algo que el destino me estaba diciendo a gritos que así sería? ¡Era
obvio que había agotado mi buena suerte!
Dos horas y media de autocompasión hasta llegar a casa. Dos
horas y media de cuestionar mi femineidad trunca, mi maternidad interrumpida. Dos horas y media y llegué a casa. Una vez que entré, fui directamente al baño casi sin saludar a mi marido y lloré...lloré por lo
tonta que había sido. Lloré porque ¡todo estaba en su lugar! por supuesto que era de esa
manera, por supuesto que así no se sentía perder un bebé. Pero esa tarde una vez más tranquila y repuesta, abracé mi vientre por primera vez....
Autor: El blog de mamá
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